A quienes le conocieron
¡Y es que no le conocí!
Y qué penita la mía,
no haber conocido, amigos,
a ese rey del Albaycín.
Que con su verso y palabra
sembró de rosas el mundo,
con el riego generoso
de su Darro y su Genil.
¡Y es que no le conocí!
Que de él tan sólo tengo
su literario perfil
y un ramillete de versos
que dicen que el Albaycín,
fue su cuna carpintera,
donde soñó hacer camino
entre Granada y América.
Yo presentí con sus versos
de su alma su grandeza,
cual solea desprendía
sin límites ni fronteras.
Por eso me duele tanto
no haber vivido de cerca
el embrujo de los duendes
de su alma albaycinera.
Con frecuencia el pensamiento
hasta Granada me lleva:
bálsamo acariciador
que cura todas mis penas,
logrando ese pensamiento
que me sienta más poeta.
Pienso en Manolo Benítez
y sueño que su placeta
por deferencia de Dios
desde el cielo la contempla.
¡Pero, no le conocí!
Y eso sí que es una pena,
que de haberle conocido,
llevaría en mi conciencia
la riqueza millonaria
de un montón de cosas buenas.
Hubiese podido hablarme
de sus versos de madera,
acariciando aquel árbol
sequito y muerto de pena.
Hubiese podido hablarme
de aquellos cinco toritos
que tanto quiso quererlos
sin que quererlos quisiera.
Hubiese podido hablarme
de aquel que quiso, tal vez,
y del hombre que a destiempo
queriendo no pudo ser.
Y hablarme de aquel que pudo
siendo tan chico y menudo él,
con un torero tan grande
aún fuera del redondel.
Y de aquellas banderillas
y de aquel, un…dos y tres;
y de aquella prisa ansiosa
que tenía San Gabriel.
Hablarme de aquel torero
que llevó, por ser Jesús,
por banderillas tres clavos
y por estoque una cruz.
Y hablarme cual navegante
de su barca: Soledad,
la que pecho y casco hundía
navegando por la mar.
Y de aquel río tan loco
que en vez de seguir pa abajo
pa arriba se echó a rodar.
Y de aquella agua cantora
bordeando el olivar.
Me podía haber hablado
caminante sin parar
de los caminos que al fin
le llevaron a Graná:
en busca de tres acacias
que no pudo ver brotar.
¡Pero no le conocí!
Y eso sí que es una pena
que me trae a mal traer.
Solea, como aquella agua
que nunca pude beber.
Y aunque ya es un imposible,
aún sigo muerto de sed.
Francisco Barbachano
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